PASEOS CON QUINTÍN NORIEGA
II. Sobre de quién fue esto que ahora es de quien es.
Se me estaba haciendo tarde, así que aceleré hacia la puerta de Gómez de Arteche. Los proyectores del campo de tierra iluminaban la fatiga de los futbolistas y las voces de los entrenadores. El otoño había virado el verde de las hojas y los caminos eran una alfombra clemente y amarilla. Cuando pasé junto a los olivos de la Guardería le vi. Tenía una carpeta en la mano y consultaba unos papeles a la luz precaria de una farola.
- ¡Salud! – me dijo.
- ¡A las buenas noches, joven! Anda usted hoy también tardío.
- Sí. He quedado con ese que usted sabe para confirmar unos datos.
- ¿Confirmar datos con ése? No le creo muy informado.
- Pues de esto lo sabe todo – señaló el monolito que representa a los hermanos Amorós.
- Me alegro infinito – le dije dirigiéndome hacia la puerta – A ver si otro día con más tiempo…
Escuché a mis espaldas su trotecillo insistente mientras me decía que ese que yo sé le iba a hablar del acto enorme de generosidad de los hermanos Amorós
- Ya me dirá usted – encareció levantando la vista al cielo con mucha beatería - ¡regalarles la finca a los marianistas!
-¿Perdón? Eso ¿me lo dice o me lo cuenta? ¿Ese que yo sé se lo ha dicho a usted de esa manera?
- No, un amigo de ese que usted sabe.
- Si quiere usted estar informado búsquese otros correveidiles.
Me miró con cara de pocos amigos.
- Lo tengo bien claro en esta documentación que puedo mostrarle a usted ahora mismo para que se vaya callando…
- Todo eso que tiene usted ahí es inventado. Ese que yo sé y su amigo no saben de la misa la media de todo esto.
- Muy bien, señor sabelotodo, póngame usted al día…
-¿Sobre qué? Elija tema. Cada vez me parece usted más saltabardales.
Carraspeó evitando la polémica y entró al trapo.
-¿Entonces quién regaló la finca a los marianistas?
-¿Regalar? Después de la guerra civil la gente no daba ni la hora. Esto que usted ve y más que usted no ve se lo compraron los marianistas en 1941 a los herederos de la condesa consorte de Casa Puente, doña María del Consuelo Larrinaga y Legarda, que fue una de las últimas aristócratas en abandonar las propiedades de recreo del pueblo de Carabanchel Alto.
- Carabanchel Alto y aristocracia no casan mucho, que digamos.
Le miré apenado y consideré, si se me permite manifestar pensamientos, el dolor que produce la ignorancia ajena. Me costaba contarle todo esto, sabiendo que no me escuchaba y que en dos o tres semanas habría olvidado nuestra conversación y volvería a su idea de que los hermanos Amorós regalaron la finca a los marianistas.
- Pues ya ve usted – remaché- desde la primera compra de terrenos en 1786 siempre esta finca ha pertenecido a aristócratas o a financieros.
Arqueó una ceja y me miró escamado.
- ¿1786? Eso es el siglo XVIII.
- ¡Qué cráneo privilegiado! No me extraña que le hayan puesto a usted, joven, a cargo de esos papeles.
- Los Borbones con mando en plaza, supongo.
- ¡Académico; va usted para académico! Carlos III, dios mediante.
- ¡Si será cierto! Me estremezco sólo de pensar que en este lugar donde yo tengo el pie no haya pisado nadie desde entonces.
- Es usted un ignorante. Eso es hormigón. Tal vez, incluso lo haya pisado Carlos IV. Tenga en cuenta que su mujer, María Luisa de Parma compró esta finca para regalársela a su ahijada, Carlota Luisa. Hija de Godoy, por cierto.
- ¡Qué me está usted dicendo!
- Lo que oye, joven. Pero esa es otra historia y yo ya tengo prisa.
Enfilé sin desaliento hacia la puerta de Gómez de Arteche y él se quedó con un palmo de narices.
Quintín Noriega