PASEOS CON QUINTÍN NORIEGA
III. Lo que queda de lo que hubo.
Subí la rampa de Bachillerato hacia la pista de baloncesto, por el lado de esa capilla tan enigmática que queda en un pequeño cerro. Al llegar arriba oteé con inquietud el camino del aparcamiento, el campo de fútbol y todo cuanto se puede ver desde allí, protegido por los arbustos del estanque. No tenía ninguna gana de encontrármelo y sí bastantes cosas que hacer. Había conseguido por un rato el plano de finca Larrinaga y quería comprobar qué queda ahora de lo que entonces fue.
Subí la rampa de Bachillerato hacia la pista de baloncesto, por el lado de esa capilla tan enigmática que queda en un pequeño cerro. Al llegar arriba oteé con inquietud el camino del aparcamiento, el campo de fútbol y todo cuanto se puede ver desde allí, protegido por los arbustos del estanque. No tenía ninguna gana de encontrármelo y sí bastantes cosas que hacer. Había conseguido por un rato el plano de finca Larrinaga y quería comprobar qué queda ahora de lo que entonces fue.
Era una mañana de final de otoño, fría y soleada, que no lograba deshacer la helada de la pradera de la enfermería. A la derecha quedaba la masa blanca del polideportivo y la sorpresa verde del campo de hierba. Entré al edificio de Primaria y crucé rápido el pasillo hasta la Biblioteca. No había nadie y me froté las manos. Necesitaba silencio y una mesa grande para desplegar el plano.
Lo hice, abrí los estores para que entrase bien el sol de diciembre y pude ver la inscripción , ”Plano de la Finca Larrinaga, sita en Carabanchel Alto, Propiedad de la Ilustrísima Señora Condesa de Casa-Puente…”. En aquellos trazos estaba la exposición precisa de lo que se encontraron los marianistas en 1.941 cuando compraron la propiedad a los herederos de María del Consuelo Larrinaga y Legarda, esta finca de entonces casi 12´5 hectáreas.
A la entrada, al noreste, estaba el palacio del conde de Campo-Alange, aún mantenido, conservado y casi exacto hoy en su aspecto externo, aunque rodeado ahora por el edificio que don Luis Moya ideó para casa de formación de la Compañía de María. De las caballerizas y corrales no queda nada, aunque tengo oído algún proyecto para ese lugar.
Me llamaron la atención las fuentes que había junto al palacio. Una hacia al este llamada del Jardín; otra a la entrada a la finca frente al pórtico, de gran tamaño, y que sin duda es la actual; al sur del palacio, coincidiendo con el claustro del edificio de Bachillerato, que fue construido después hay dos dibujadas: una, la aún existente, en el mismo lugar que marca el plano y otra, desaparecida, estuvo en lo que es ahora el interior del colegio, frente al aula de música.
En la parte trasera del edificio, donde figuran las dos fuentes mencionadas, parece que hubo un espacio ajardinado en forma de hemiciclo, cuyos restos pueden verse en el talud banqueado que se aprecia a los pies de la capilla grande, en el exterior, entre ésta y la pista de baloncesto. Comprobé que la capilla de la que hablé antes, el estanque y el castillete del pozo existían en aquel momento.
Se extendía desde allí una red de caminos que imaginé entre arbolado, cruzando la finca toda pero que tienden hasta un punto en la parte meridional de la propiedad. Tengo para mí que aún quedan restos de éste: son los cipreses que forman casi un círculo en la pradera. Sé de buena tinta que hubo allí una montaña artificial cuya base estaba delimitada por cipreses y estos seguían un camino helicoidal hasta la cima, en la que hubo una especie de templete metálico. Un poco al noreste el plano señala lo que parece otra fuente, La Sombrilla, de la que no quedan restos.
Encendí el teléfono y comprobé asombrado, en los mapas de Google, que el perfil de las antiguas piscinas abandonadas coincide casi exactamente con una instalación que está en el plano de la finca Larrinaga y es llamada “Lago, Isla”. Y su silueta es compatible con esa forma tan extraña que tuvo la piscina, que recordaba, efectivamente, un lago con una isla en el centro. La isla, con el tiempo, fue el solario y el lago, las dos piscinas con las que contó la instalación. De eso sólo quedan restos y suposiciones. No así de la pista de tenis que hubo en aquella parte: ahora está el Salón de Actos en su lugar.
Y aún hacia la esquina sudoeste, en el lugar que ocupa la mastaba (esa sí que es enigmática, tétrica e inquietante), estuvo la Fuente del Romero, un estanque oval llamado de los Patos con su molino para sacar agua y una puerta de paso de carros que se llamó del Campo. De eso ya no hay nada.
Leí los nombres de los caminos: “Larrinaga”, “El Príncipe de la Paz”, “La Reina Gobernadora”, “De los jazmines”, “Del lago”…¿Qué quedará de eso? ¿Quién recordará cuando no quede memoria? ¿En qué momento el viento helado del olvido soltará las amarras y todo esto será humo en la ventisca? Creo que hablaba solo y en voz alta porque escuché una tosecilla a mi espalda.
- El viento helado del olvido…¡hummm! Una frase adecuada para estar haciendo arqueología – dijo señalando el plano.
- Casi mejor el olvido a que los recuerdos dependan de usted, joven – sé que le di en plena línea de flotación porque levantó una ceja igual que si le hubiese pisado los juanetes.
- Ahí falta mucho por construir – puso el dedo sobre el dibujo de la casa palacio.
- De momento, todo el edificio de Luis Moya.
- ¿Luis qué? Ya me dirá quién es, ¿no?
- Puede – le dije – Pero hoy no. Eso es otra historia.
Enrollé el plano y salí de allí. Quedó haciéndole preguntas sin respuesta a la estatua de Dante.
Me llamaron la atención las fuentes que había junto al palacio. Una hacia al este llamada del Jardín; otra a la entrada a la finca frente al pórtico, de gran tamaño, y que sin duda es la actual; al sur del palacio, coincidiendo con el claustro del edificio de Bachillerato, que fue construido después hay dos dibujadas: una, la aún existente, en el mismo lugar que marca el plano y otra, desaparecida, estuvo en lo que es ahora el interior del colegio, frente al aula de música.
En la parte trasera del edificio, donde figuran las dos fuentes mencionadas, parece que hubo un espacio ajardinado en forma de hemiciclo, cuyos restos pueden verse en el talud banqueado que se aprecia a los pies de la capilla grande, en el exterior, entre ésta y la pista de baloncesto. Comprobé que la capilla de la que hablé antes, el estanque y el castillete del pozo existían en aquel momento.
Se extendía desde allí una red de caminos que imaginé entre arbolado, cruzando la finca toda pero que tienden hasta un punto en la parte meridional de la propiedad. Tengo para mí que aún quedan restos de éste: son los cipreses que forman casi un círculo en la pradera. Sé de buena tinta que hubo allí una montaña artificial cuya base estaba delimitada por cipreses y estos seguían un camino helicoidal hasta la cima, en la que hubo una especie de templete metálico. Un poco al noreste el plano señala lo que parece otra fuente, La Sombrilla, de la que no quedan restos.
Encendí el teléfono y comprobé asombrado, en los mapas de Google, que el perfil de las antiguas piscinas abandonadas coincide casi exactamente con una instalación que está en el plano de la finca Larrinaga y es llamada “Lago, Isla”. Y su silueta es compatible con esa forma tan extraña que tuvo la piscina, que recordaba, efectivamente, un lago con una isla en el centro. La isla, con el tiempo, fue el solario y el lago, las dos piscinas con las que contó la instalación. De eso sólo quedan restos y suposiciones. No así de la pista de tenis que hubo en aquella parte: ahora está el Salón de Actos en su lugar.
Y aún hacia la esquina sudoeste, en el lugar que ocupa la mastaba (esa sí que es enigmática, tétrica e inquietante), estuvo la Fuente del Romero, un estanque oval llamado de los Patos con su molino para sacar agua y una puerta de paso de carros que se llamó del Campo. De eso ya no hay nada.
Leí los nombres de los caminos: “Larrinaga”, “El Príncipe de la Paz”, “La Reina Gobernadora”, “De los jazmines”, “Del lago”…¿Qué quedará de eso? ¿Quién recordará cuando no quede memoria? ¿En qué momento el viento helado del olvido soltará las amarras y todo esto será humo en la ventisca? Creo que hablaba solo y en voz alta porque escuché una tosecilla a mi espalda.
- El viento helado del olvido…¡hummm! Una frase adecuada para estar haciendo arqueología – dijo señalando el plano.
- Casi mejor el olvido a que los recuerdos dependan de usted, joven – sé que le di en plena línea de flotación porque levantó una ceja igual que si le hubiese pisado los juanetes.
- Ahí falta mucho por construir – puso el dedo sobre el dibujo de la casa palacio.
- De momento, todo el edificio de Luis Moya.
- ¿Luis qué? Ya me dirá quién es, ¿no?
- Puede – le dije – Pero hoy no. Eso es otra historia.
Enrollé el plano y salí de allí. Quedó haciéndole preguntas sin respuesta a la estatua de Dante.
Quintín Noriega