CAMINANDO ENTRE HISTORIAS: LEONCIO FERNÁNDEZ
75 años de historias
La historia del Colegio es la historia de todas las personas que lo han
formado. Algunos han pasado más de la mitad de su vida en este proyecto, y esta
sección pretende conseguir conocerlos de una manera más cercana. Nos proponemos
pasear con ellos durante un par de horas por el colegio para que nos cuenten
todo lo que han vivido a lo largo de este tiempo con respecto al Colegio y con
respecto a sí mismos.
Cada mañana desde hace más de 10 años, Leoncio Fernández (Asturias, 1960) acude como un padre más al
Colegio Amorós para llevar a clase a sus hijos. Con una naturalidad que quien
lo conoce sabe que le es intrínseca, pasea por el colegio como si él no fuera una persona que ha visto crecer un centro para el cual lo ha significado todo y al cual ha
pasado, de una forma u otra, media vida
apegado.
La historia de Leoncio con respecto al Colegio Amorós es la
historia de múltiples perspectivas.
Desde aquel 14 de septiembre de 1974 en que puso pie por primera vez en el
Colegio como estudiante procedente de Asturias, se han sucedido sus labores
dentro de la familia marianista de Carabanchel: ha sido alumno, profesor, jefe de estudios y director durante un período de
tiempo que supera los 15 años. Ahora, además, es padre de alumna y exalumno del Colegio.
No hay palmo del Amorós en el que Leoncio no tenga una
anécdota que contar. Con viveza recuerda ir en su primer día en el caluroso
Madrid veraniego a la piscina que estaba
situada junto al hoy comedor y que
acabaría teniendo que clausurar, ironías de la vida, años después y ya como
director por filtraciones de agua que se producían en ella: «El arquitecto dijo
que lo más factible era clausurarla para no poner la estructura en peligro».
No queda lejos el Salón
de Actos, que él recuerda como un cine
de barrio al que la gente acudía a ver las distintas películas que se iban
proyectando en él. Quedan restos: «si subes al segundo piso, verás que hay unas
escaleras clausuradas que permiten aún subir un piso más: es el lugar en el que
se ubicaba el proyector de la película». El salón de actos, no obstante, no
solo albergaba cine. Durante mucho tiempo era el teatro lo que le daba vida (como vuelve a estar haciendo hoy en
día), y los compañeros de Leoncio interpretaban distintas obras. Él, no
obstante, prefería mantenerse alejado del escenario: «Para mí el atrezzo», dice entre risas.
La piscina y el teatro formaban, junto a la Parroquia, lo
más abierto del colegio al barrio —del que siempre fue eje central—, incluso en
aquel tiempo en el que el PAU de Carabanchel ni siquiera se había empezado a
plantear. Leoncio recuerda la época en la que todo era campo, y valora el gran cambio que ha sufrido toda la zona.
Leoncio conoce el actual pabellón de ESO y
Bachillerato como la palma de su mano.Recuerda sin atisbo de dudas que, en el tercer piso, el cual
alberga hoy laboratorios, salas de informática y dos clases de Bachillerato (en
las conocidas como
peceras), era donde residían
los internos que cursaban sus estudios —lo que explica que la forma de
sus ventanas sea diferente a la de las otras dos plantas—.
Con él
subimos a una de las clases de Bachiller que quedan arriba, en la que sabe
ubicar perfectamente la celda que él
ocupó durante un año. «El piso superior
estaba comunicado por un pasillo sobre la capilla», nos cuenta. En las
escaleras de subida hacia estas se encuentra una madera tallada que «hicieron
los internos en un tronco sobre el que había caído un rayo». De los otros pisos
tampoco duda: la segunda planta del
palacio eran las clases como tal. «No se necesitaban más, pues en total
había ocho». La planta de abajo quedaba
para el comedor y para los laboratorios.
Leoncio cuenta que, al volver al Amorós en 1997 tras haberse
ido dieciséis años antes, sintió como si no hubiera pasado en el tiempo. «Esas
casi dos décadas estuvieron marcadas por la estabilidad del Colegio como institución y como entidad educativa».
«El profesorado de la época —cuenta mientras observamos las orlas del periodo
que vigilan los pasillos del segundo piso de Secundaria— apenas sufrió cambios».
También relata con diversión cómo, antes de irse, un profesor le pidió que le
transcribiera a máquina los apuntes usaba y que, al volver tras tres lustros,
estos seguían siendo los mismos. «Lo sé
porque se me había colado una falta de ortografía en ellos que ahí seguía».
Sin embargo, al poco de asumir el cargo de director los
acontecimientos comienzan a sucederse. La
LOGSE fue una pequeña revolución, pues «implicaba dos años de
escolarización obligatoria que supusieron una reformulación del sistema que
llevaba tanto tiempo instaurado». «No se
trataba solo de cambiar el nombre de 7º y 8º de EGB a 1º y 2º de la ESO
manteniendo profesores y asignaturas, sino lograr que se enfocara todo de
manera diferente». Leoncio siente que el colegio avanzó entonces como ha seguido avanzando.
«Nunca fui rígido, pero hubo que
hablar con mucha gente y convencerlos de que no todo lo que llevaba tiempo
sucediendo iba a seguir estando de la misma manera».
Si hay algo de lo que presume Leoncio, es de las personas
que forman el Colegio, que es de lo que más orgulloso está. Se refiere no solo a los profesores y empleados del
colegio —a quienes, según va paseando por el colegio, se va encontrando y
saludando con naturalidad—, sino también
a padres y alumnos que forman la familia del Amorós. Echa la vista atrás
para recordar una familia marroquí a la que, con mucho esfuerzo, se consiguió
sacar adelante; y recuerda las aulas de
enlace, que el colegio consiguió tener tras mucho esfuerzo y que a tanta
gente ayudaron.
La idea de los
alumnos como familia se repite en varios momentos a lo largo de nuestra conversación,
y contrapone los muchísimos momentos de felicidad que ha vivido entre nuestras
paredes con puntos de extrema dureza. Lo más triste, sin duda, es perder a
alumnos. Son momentos trágicos que, desafortunadamente, también le ha tocado vivir.
Además de las aulas de enlace, Leoncio vio crecer al Colegio en muchos otros sentidos. Tras muchos esfuerzos, se consiguió que la Conserjería de Educación de la Comunidad de Madrid aprobase la
cuarta línea en Primaria (que se fue
implantando poco a poco: «en primero, tercero y quinto, al principio, luego en
los otros cursos»), que permitió a muchos nuevos estudiantes incorporarse al centro. El aumento de alumnos y de profesores acabó
suponiendo una reorganización física del
Amorós, que se vio en el traslado de las clases de 1º y 2º de la ESO al Palacete (antes estaban en el
pabellón de primaria, para incomodidad de los profesores que tenían que estar
yendo y viniendo) y la reorganización de despachos. La ubicación que ocupa
actualmente el despacho de la dirección es muy nueva: hasta que se trasladó la
comunidad que vivía en el Palacete, secretaría y administración se encontraban
en los primigenios pabellones originales que tienen hoy por nombre el de los Hermanos
Amorós.
Leoncio vio crecer al Amorós hasta niveles
insospechados. En ello destaca la velocidad que fue cogiendo el gran
proyecto técnico del Colegio de los últimos 20 años: la construcción de un inmenso
centro deportivo que le permitió a Leoncio cumplir la promesa que le había
hecho a su mujer: que su hijo jugaría en
un polideportivo cubierto a baloncesto. Este polideportivo, además, hace
que los alumnos puedan tener clase de Piscina actualmente al menos una vez por
semana. Esta instalación se inauguró en el año 2011, lo que permitió que
albergara varias competiciones de las Olimpiadas Marianistas.
Estas Olimpiadas, que este diciembre han vivido su 41ª
edición (la cuarta en nuestro colegio) son parte de la vida de un Leoncio que
las ha vivido todas: «las primeras (que tuvieron lugar en un puente de mayo
cuando aún era alumno), como árbitro.
Las segundas, más de veinte años después, como jefe de estudios del Amorós [1999]. Las terceras [2011], como padre de jugador. Estas cuartas, además,
como director de otro Colegio Marianista».
Las Olimpiadas
Marianistas han sido parte clave de la historia de crecimiento del Amorós.
Leoncio recuerda que las canchas rojas
—que hoy albergan pistas de fútbol sala, baloncesto y voleibol— se construyeron
para las Olimpiadas de 1999 sobre un
campo de fútbol que ocupaba transversalmente toda esa explanada. «Me he
pasado la vida jugando aquí», nos cuenta. Junto a estas pistas se sitúa el
lugar de descanso de varios religiosos marianistas, a quienes recuerda con
cariño.
En el ideario de todos los Colegios Marianistas, con una
denominación u otra, está hoy presente el Proyecto
Ayuda. Leoncio recuerda que la intención original era la de un proyecto «para fomentar la lectura al
que dos profesoras, Ana y Guadalupe, convirtieron en algo mucho más ambicioso».
De entre todos, Leoncio recuerda el proyecto de Villa Soldati (curso 2003-2004),
pues conoció la situación de esa comunidad argentina personalmente y se encargó
personalmente de la organización del proyecto. Al final del año, el barrio
argentino acabó teniendo su comedor
escolar.
Cuando Leoncio dejó de ser director del colegio y pasó a ser
Director de la Fundación SM, se le encargó que fomentase la expansión de la compañía no solo en España,
sino también en Hispanoamérica. «Crucé el charco 89 veces en todo ese
período», recuerda un Leoncio que hoy presume de que la Fundación esté presente en más de diez países. Entre ellos,
Argentina, a la que acudió en su día para poder ver los resultados del proyecto
de Villa Soldati. En ese comedor se encuentra hoy un pequeño monumento conmemorativo de metacrilato en
honor al Colegio Amorós.
La unión de Leoncio con el Amorós es una historia que se
escribe a tantos niveles que resulta difícil de relatar. Tras nuestro paseo —que
concluye con él, como siempre, sonriente—, Leoncio marchará al Santa María del
Pilar, colegio del que es director. Pero mañana, como todos los días, volverá
para traer a su hija a clase. «Uno es del lugar en el que hace el Bachillerato»,
que decía Max Aub.
Marcos Payo
Antiguo alumno del Colegio Amorós