EL PASADO TAMBIÉN CUENTA: DON HERMINIO
“¡Oh
tiempo, tus pirámides”
La Biblioteca de Babel, J.L. Borges.
Herminio,
Aventino, Albino y Rodrigo ponen nombre a la penumbra lejana de los años 70,
cuando estuvieron entre nosotros. Todos, cada uno en su momento y a su manera,
dejaron huellas que, unidas a otras huellas, desbrozaron el camino en el que
estamos.
Traídos
desde allí hasta nuestro lado alivian la descorazonadora tarea de mirar atrás
para no ver más que oscuridad.
HUELLA PRIMERA:
DON HERMINIO TORRALBA
DON HERMINIO TORRALBA
No sé con exactitud dónde
nació, ni los años que tenía al fallecer. Tampoco tengo muy claro por dónde
estuvo durante su dilatada andadura religiosa, pero sé que en el año 78, un par
de meses antes de morir mi padre, y estando yo a punto de cumplir los 22,
me llamó a su despacho en el Escolasticado de Carabanchel, colegio ya
entonces. Don Herminio, de una tacada, me ascendió de categoría profesional y
me subió, consiguientemente, el sueldo. Yo, tal vez, saliese de allí echando
cuentas. Tal vez. Tampoco eso lo sé. Pero sí que salí con el convencimiento de
que aquel hombre bueno creyó que lo que había hecho ese día era lo mejor que
podía hacer por mí.
Estuvo, como administrador
en Carabanchel, quizá, desde el 77 hasta, puede que, el 81. Lo trajo la ida de Antonio
Ruiz y se lo llevó la llegada de José Luis Veleda. Ocupaba un despacho enorme y
vacío, con una mesa al fondo y un armario archivador metálico, gris y
desvencijado, en un rincón, lleno de carpetas llenas de facturas llenas de
números escritos a mano. Sobre el tablero de la mesa había un cenicero
rectangular y de poco fondo, de “El Diario de Álava”, repleto de colillas de
“Káiser”. Así, como el despacho de D. Herminio, era un poco, entonces, nuestro
país. Destartalado y repleto de colillas rebosando en ceniceros insuficientes;
llegado para sustituir pero como aguardando ser sustituido; y habitado por
hombres que habían visto y vivido cosas y sucesos que los demás sólo
conoceríamos por los libros. Como él, don Herminio. Al menos en mi imaginación.
Al menos en mi imaginación,
don Herminio Torralba Fernández de Gamboa encarnaba, a la vez, dos de los modos
más exóticos de ser marianista que yo conocía: ser vasco y haber estado en
Marruecos. Téngase en cuenta que lo primero en euskera que yo pronuncié fue
Unzurrunzaga, lo que da pie a suponer por qué vericuetos casi impronunciables y
arcanos circulaba mi conocimiento de lo vasco en aquellos años finales de todo
aquel final. Por que de lo moro se había ocupado Hipólito Marquínez, llenando
mi infancia de palabras tan hermosas como té con hierbabuena, Alcazarquivir o
jaima. Así pues, yo me lo figuraba, a don Herminio, bajando en polainas de
algún caserío con nombre acabado en etxea para pasearse en chilaba por el
zoco de Tánger (o por el de Tetuán); todo lo cual debe de ser terriblemente
incierto. Aunque, entonces ¿qué hace ahora mismo, aquí, sobre esta mesa desde
la que escribo, una foto de Hipólito en chilaba con dos acompañantes
aljamiados? ¿Y esa otra de Herminio en la excursión a Tetuán de la comunidad de
Tánger, acompañado de los Leibar, Larrea o Jáuregui (por cierto, también está
Hipólito) de rigor? En fin, dejemos que lo real se haga cargo de lo real.
A los años, muchos, casi
veinte, o más de veinte, volvió a Carabanchel. Nos saludábamos con afecto y él
conservaba sus ojeras y su presencia de hombre recio y saludable. Su cara de
hombre bueno y no fumaba. Que decida cada uno dónde quiere verlo ahora. Yo
pienso si estará con otros marianistas vascos, escuchando el txistu por las
calles estrechas y encaladas de la medina de Tetuán y viendo bajar a Pantaleón
desde la alcazaba.
José Manuel Godino
Profesor de Secundaria Colegio
Amorós.