MI FAMILIA, MI COLEGIO, MI BARRIO….
Conocí
el colegio Amorós hace muchos años cuando era un cole de chicos, mis padres lo
habían elegido para ser el lugar de aprendizaje de mi hermano Roberto. El Padre
Albino, entonces director del colegio, nos recibió en su despacho y dijo:” El
Amorós es un colegio donde cabe toda la familia, vosotros como padres tenéis
vuestro hueco, y los hermanos también”.
Así
fue como Fernando (mi otro hermano) y yo también empezamos a participar en la
vida del colegio. Yo comencé mi etapa escolar en un cole de chicas, el Vedruna.
Soñaba con poder ir a Amorós, un cole que tenía montañas y árboles, donde te
podías manchar de barro todos los días… y donde el fútbol era el deporte rey,
hasta se jugaba con piedras en el recreo, que a veces acababan en la cabeza de
un compañero. Y ahí, en la dureza de esos partidos, aprendimos a querer el
deporte.
En
el colegio las familias enteras participábamos de todas las actividades:
conciertos de cantautores que escribían canciones para conquistar esa libertad
que se empezaba a respirar en los años 75. Allí, en los conciertos, estábamos
los Romero, los Ruíz, los Salmerón, los Ribes, los Morate, los Almeida, los del
Arco, los Sulé, los Castrillo, los Rodríguez, los Martínez, los Ramos, los Ávila,
los Zapata…y tantos otros que podría nombrar.
En
verano, la piscina se llenaba con nuestras risas, nuestras primeras pandillas,
las tortillas que cenábamos…allí aprendimos a nadar y a jugar a las cartas
tumbados en la hierba. La piscina del Amorós era muy importante para el barrio,
era el lugar de veraneo de la mayoría de las familias de Carabanchel, que
entonces disponían de menos medios.
Otro
lugar emblemático del colegio era el salón de actos, los sábados veíamos
películas, obras de teatro… potenciadas por los marianistas empeñados en abrir
el colegio al barrio y que fuese lugar de cultura para todas las familias. En
el salón de actos aprendimos política y justicia, allí se celebraron asambleas
de trabajadores de la EMT y de CASA, con aquellos primeros sindicatos libres.
Era vivir la vida en el propio colegio.
Los
viernes en la Disco Veleda, que estaba en los bajos del salón de actos,
bailábamos como locos al ritmo de los grupos del momento y contemplando la bola
de cristales que estaba en el centro de la pista de baile, justo delante de la
cabina del DJ.
Las
fiestas del Colegio duraban un fin de semana entero, las familias
participábamos en todas las actividades, en la tómbola, en la misa de campaña,
en la exposición de los trabajos del curso, en el festival de los alumnos… la
vida del colegio se intensificaba en ese fin de semana. En las casetas, los
alumnos servían las bebidas y vendían las raciones que las familias preparaban
en casa. El olor de la brasa de la caseta de los scouts, donde se asaban
chorizos y panceta, llegaba por todos los rincones del colegio. Profesores,
alumnos y familias éramos solo AMORÓS.
El
deporte vivido en Amorós es otra forma de ser colegio y hacer colegio. Empecé a
vivir las Olimpiadas cuando mis hermanos participaban en ellas, vi baloncesto
en Vitoria, en Cádiz y en Pola de Lena.
Por
fin llegó el momento de que yo fuese alumna del colegio Amorós, había llegado a
COU, el curso que era mixto, las chicas éramos pocas y nos trataban muy bien,
nos llamaban marquesas. Viví, ya con la ilusión de ser alumna de pleno derecho,
las asambleas de alumnos, el viaje de fin de curso a Ibiza, las convivencias
con el Padre Osborne, la visita a San Antonio de la Florida con Don Rodrigo, entonces
nuestro director.
Todas
las vivencias familiares de la educación marianista sentidas en Amorós,
hicieron que me inclinara por la enseñanza, quería compartir con todos esa
educación que yo había recibido, ese espíritu de libertad y justicia que a mí
me habían transmitido, esa importancia en el desarrollo personal de las
vivencias en familia, en contacto con la naturaleza y siempre cerca de las
personas que nos necesitan.
Quería
ser capaz de compartir con los que estaban a mi lado toda la vida que Dios me
había regalado, quería que todos aprendiesen a caminar de la mano de María
nuestra madre, como yo había aprendido en el colegio y en la parroquia de Santa
María Madre de la Iglesia.
En mi
vida los Marianistas están dejando profunda huella, de ellos he aprendido el
servicio a los demás, el desprendimiento y la solidaridad. Por eso cuando llegó
el momento de elegir colegio para mis hijos, no lo dudé, quería que ellos
viviesen y sintiesen los mismo que yo, que pudiesen disfrutar de los momentos
felices que en mi vida han estado y están ligados al Colegio Amorós.
Me
siento, toda mi familia nos sentimos, parte de esta historia de los 75 años de
presencia marianista en Carabanchel. Todos llevamos en el corazón nuestro
colegio y, ahora que cada uno estamos en nuestro ámbito personal, el colegio ocupa
parte de nuestro corazón.
M. Carmen Zapata, antigua alumna, profesora y madre de
alumnos Amorós