PASEOS CON QUINTÍN NORIEGA
V. Conjeturas de ese que veo a veces.
Tranco Segundo.
Bajé
apresurado la torre este, salí al claustro acosado por la algarabía de las
cotorras argentinas, corrí escaleras arriba y me presenté en la entrada de la
torre del oeste cuando los últimos alumnos entraban al Aula de Informática. Me
senté, con la lengua fuera, a respirar, agotado, exhausto, en el tramo final de la escalera y le escuché
carraspear.
- Cierre la puerta – me dijo – No me gustaría que nos interrumpiesen. Lo que le tengo que decir
es una primicia.
Subí
y le vi. Aunque nunca deja de sorprenderme, ese que veo a veces ya no llevaba aquella
sotana raída sino que había mejorado, y mucho, su vestuario.
- ¿Qué le parezco? Siglo XVIII en
estado puro.
- Extraordinario.
Llevaba
un deslumbrante traje a juego de casaca, chupa y calzón verde
lima, en seda, pletórico de los reflejos de la luz que entraba en la torre por
los cuatro vientos. Medias blanco nácar y zapatos charolados con enormes
hebillas de plata. Y peluca con dos bucles, para que no le faltase requisito.
- Tengo que reconocer que esta vez
usted me suena – le dije.
- Hombre, Quintín, voy vestido como
Francisco Cabarrús en el cuadro de Goya. Haga usted memoria.
- Le diré que me lo esperaba vestido
de conde de Campo-Alange.
- ¡No, amigo mío! Voy a hablarle del
que fue el verdadero responsable de que esto fuese como usted y yo sabemos.
Tenía
las manos en la espalda y miraba al sur; veíamos el claustro, la espadaña y la
cúpula. El relumbre de la mañana se descolgaba sobre los tejados y las malas
conciencias; el sol titilaba ya a esa hora en los cogollos de la arboleda, aún
sobrecogidos por la helada.
- ¿Le suena….. Cabarrús? – preguntó
- De Goya, claro.
-Ya. Pues Cabarrús, Francisco, era de
Bayona y su padre, negociante, le envió
a Valencia, a la casa de un socio, a perfeccionar su preparación comercial. Pero
la carne es débil y se enamoró de la hija del socio, se casaron
en secreto, papá Cabarrús se enteró, armó la de San Quintín y rompió relaciones con el hijo.
-¿Y qué vida no es tragedia? Y en eso
aparece Goya con los pinceles … -quise ironizar.
-No – dijo
secamente- El abuelo de la joven esposa tenía una fábrica de jabón y ofreció trabajo al interfecto.
-Siga. Me gustan estos negocios tan limpios
y resplandecientes.
- La fábrica de jabón, amigo mío,
estaba en ¡¡Carabanchel Alto!!
-¡No!
-¡Sí! Dos fábricas de jabón hay
documentadas. Una, en los alrededores de la actual plaza Barragán, hacia el
ambulatorio de Aguacate, y la otra, entre Carabanchel Alto y Leganés, en el
paraje que se llamó Las Piqueñas. Pinar de San José, hoy en día. Instituto San
José , Hermanos de San Juan de Dios. ¿Me sigue? Esta era la de Cabarrús, pues a
la muerte del abuelo la heredó en 1775.
- Bien, pero Campo-Alange aparece por
aquí en 1786…
-No corra, no corra. En el 75,
Cabarrús ha hecho amistad con Jovellanos, con Goya, con Moratín, con Mengs…
Campo-Alange era amigo de Jovellanos; éste le tuvo que hablar de Carabanchel,
de este lugar alto, sano y despejado, abierto a los cuatro vientos, igual que esta torre, pues conocía
el pueblo de haber venido a la casa de Cabarrús.
- Perfectamente, pero ¿no habíamos
quedado – le señalé la otra torre – que Goya
vino traído por Bayeu, el pintor de las
capeas?
- Pudo ser, pero considere que fue
Mengs, amigo de Cabarrús, quien reclamó a Goya a Madrid, cuando éste estaba en
Zaragoza. 1775 también. Tal vez Mengs viese las capeas del pueblo y se lo
contase a Goya, o a Bayeu. Y las conocía… de venir a casa de Cabarrús.
-Sólo le queda decirme que Cabarrús
recomendó a Ventura Rodríguez para que hiciese el dictamen sobre la parroquia
de San Pedro Apóstol. Esa cuya torre, según usted pintó Bayeu de memoria.
- Usted lo ha dicho, Quintín. Y don
Ventura recomendaría a su discípulo Ramón Durán para que diseñase el palacete
del conde de Campo-Alange en Carabanchel de Arriba. Pero de Cabarrús nos queda
lo más escalofriante. Para nosotros, para este lugar. Atienda – me señaló hacia el este, hacia la plaza de la Emperatriz. Le noté
agitado, como si fuese a proclamar un secreto largamente ocultado.
- En esa iglesia de San Pedro, en
1773, Cabarrús bautiza a su hija Teresa. Bueno, Juana María Ignacia Teresa. A
los pocos años ella va a Francia, se educa allí, se malcasa, ve la Revolución, escapa
de París a Burdeos en el 93 y salva de la guillotina a girondinos perseguidos
por Robespierre, es encarcelada en el castillo de Hâ, se hace amante de Tallien
que la saca de prisión, y en el que consigue
atenuar las ansias asesinas de jacobino, y a mediados del 94 está de nuevo en
París donde ocasionó la reacción de Termidor y la caída de Robespierre.
- ¡Pare, por Dios! Estamos en
Carabanchel, ¿qué pinta Burdeos?
- ¡Piense, Quintín, piense! ¿Quién
estaba en Burdeos en la época dura de la República, hasta la caída de Robespierre?
-¿Dantón?
-¿Qué Dantón
ni Dantón? ¡Guillermo José Chaminade escapando de la guillotina! ¡Piense
por un momento si no pudo ser una carabanchelera, Teresa Cabarrús, la salvadora
accidental de Guillermo José Chaminade! ¡Por ella misma o por haber dulcificado
la política sangrienta de Tallien! ¡La que hizo posible, por uno de esos azares
del destino, que hoy, más de
220 años
después, estemos usted y yo hablando de esto!
Yo
miraba de nuevo al sur, al lugar en el que pudo haber estado la fábrica de jabón
de Cabarrús, aquel sitio perdido ya en el callejero que una vez fue llamado Las
Piqueñas. Ese que veo a veces, aliñado con la casaca goyesca, me dio una
palmadita en la espalda y bajó lentamente la escalera.
-
No olvide cerrar la puerta y echar la llave, Quintín.
Teresa Cabarrús, pensé, que
precipitó la caída de Robespierre, acaso fuese acariciada en su infancia por esta
misma luz de enero; o desde el palacete en Las Piqueñas, tal vez mirase las
alturas nevadas de Guadarrama, como las veo yo en este mismo instante.
El pie de la escalera me estaba
esperando el joven indocumentado, molesto como un grano en salva sea la parte.
-
¿No ha visto pasar a nadie? – le pregunté.
-
A unos chicos que salían del Aula de Informática. ¿Por?
-
Esa es otra historia.
Quintín Noriega










