APRENDER EN LA ESCUELA DE LA VIDA

Carolina López de Blas y yo fuimos compañeras del colegio Amorós, aunque fuimos a grupos scouts diferentes aprendimos a meter en nuestra mochila cosas importantes para un viaje impresionante, cargadas de optimismo y ligeras de equipaje.  La familia, el colegio y los scouts sembraron semillitas de educación en valores que hoy reconocemos y aplicamos en nuestro día a día: la ilusión por aprender, enseñar y compartir, la amistad, el compañerismo, la solidaridad, el honor, la humildad… En esta evaluación continua seguimos dando sentido a nuestra vida, buscando coherencia. La educación en valores sigue siendo un tema de conversación entre nosotras, el texto que comparto a continuación surge tras una de estas charlas paseando este verano por la hermosa naturaleza finlandesa. 
 


La Verdad calibra muy alto.
Tanto que, en cualquier momento, si estamos atentos con los ojos y el corazón bien abiertos, podemos aprender aquello que nos permite vivir con más paz y más felices. 

Aquello que es de verdad auténtico despliega nuestros sentidos y nuestras capacidades, nos anima a crear y a hacer realidad nuestros sueños, y, más allá de las condiciones y los obstáculos a superar para alcanzarlos, nos alumbra como farolillo el camino o como gafas mágicas para ver e imaginar nuevas posibilidades. 



El aprendizaje no termina ni empieza en el colegio. La sabiduría está allí en todas partes esperando a que la queramos comprender y practicar. Para ello necesitamos ver más allá de las apariencias, mirar dentro de nosotros mismos y conocer qué es lo que nos motiva y hace vibrar, cuáles son nuestros dones naturales, aquello que se nos da muy bien, con lo que podemos ser creativos y compartir nuestra felicidad



Si bien todos tenemos virtudes y defectos, conocerlos nos brinda la posibilidad de superarnos y, en caso de dificultad, ganar en humildad y confianza al pedir ayuda a los demás. 


Uno de mis mejores maestros dice que “enseñar es mostrar que es posible y aprender es volverse posible uno mismo”. 



¿Para qué aprender? Para convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.

Somos como un sistema operativo con posibilidad de actualizaciones permanentes. Hoy sabemos que todas las células de nuestro cuerpo se regeneran. Todas, incluso las neuronas. Y sabemos gracias a la epigenética que podemos cambiar la expresión de ciertos genes desactivados para que se expresen con la práctica y con la adquisición de nuevos hábitos. 

El impulso eléctrico de nuestros pensamientos emite ondas electromagnéticas que se propagan en el espacio en tres direcciones y que afectan a nuestro entorno. Por tanto, cuidar la calidad de quién somos y la calidad de nuestros pensamientos supone cuidar mejor de nosotros mismos y de nuestro entorno. 


 ¿Para qué convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos? Para descubrir cada uno nuestra propia verdad y hacer que apunte cada vez más alto creando más armonía, amor, paz, libertad y felicidad. 

El hijo de cinco años de Carolina me decía maravillado este verano: "¡El Sol es lo más grande del universo!" Acto seguido se mostró algo triste y enfadado cuando yo le dije que eso no era del todo verdad. De algún modo, en la parte del universo que él conoce llamada Sistema Solar, eso es cierto. Así que colocamos un guisante en el plato y dijimos “este guisante es el Sol, lo más grande de este plato llamado Sistema Solar”. Pero si ponemos una naranja llamada Sirius y un melón llamado Arcturus encima de la mesa vemos que hay astros en el resto del universo que son más grandes que nuestro Sol. 

Ese día él aprendió que el universo es más grande de lo que había imaginado hasta el momento y yo aprendí que tengo que cuidar sus sentimientos y emociones cuando le enseño cosas que no niegan su verdad, sino que la amplían o complementan. 

Os invito a que nos mantengamos con ganas por aprender a ser mejores personas para cambiar cada uno de nosotros nuestro pequeño mundo y crear de forma cooperativa un mundo mejor para cuando hayamos de dejarlo. 

Os invito a que construyamos realidades inclusivas, donde sumar y multiplicar puntos de vista y posibilidades para desarrollarnos como la mejor versión de nosotros mismos, colaborando para que los demás con sus diferencias también puedan serlo, aportando cada uno nuestra riqueza: un conjunto de inteligencias múltiples tan personal como nuestra huella de identidad. 

Yo comparto mi pequeña gran verdad: he descubierto que soy yo con mis gafas mágicas la que creo en mi mente, en mi cuerpo y en mi corazón mi propia felicidad, lista para compartir. Para mí la Verdadera Felicidad, con mayúsculas, es aquella que me permite mirarme al espejo y reconocer a mis 38 años que aún poseo la niña interior deseosa por descubrir, sorprenderse, aprender, jugar y crear un mundo que valga la pena vivir con una sonrisa. Sueño con que nuestras neuronas espejo nos ayuden a contagiar esta verdad que yo vivo.

Os invito a descubrir quiénes queréis ser y qué es lo que queréis aprender para que nuestra Verdad calibre más alto.

Os deseo un feliz 75 aniversario y un buen camino, con cariño,
 

Danitza J. Segovia Díaz
Antigua alumna de Amorós


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