Y LAS MADRES TAMBIÉN CUENTAN

Mi padre se leyó El Quijote mientras guardaba cabras y su madre le regañaba mucho por hacerlo. Se vino a Madrid buscando un mundo mejor para él y para su familia,
Encontró un magnífico colegio, el Colegio Amorós; estudió Bachillerato en “el nocturno” y procuró que todos sus hijos e hijas estudiaran en él
Mi madre no ha estudiado en él, fue madre del colegio durante muchos años porque tiene cinco hijos y todos fuimos alumnos.
Los veranos de mi infancia en Madrid están ligados a la piscina del colegio Amorós, mi padre enseñó a nadar a sus hijos y a todos los que quisieran y estuvieran dispuestos a aguantar su empeño.
Algunos de mis primos también son antiguos alumnos.
He sido alumna del colegio Amorós durante cuatro años. Entré con catorce años en primero de BUP, Bachillerato Unificado Polivalente, hasta los dieciocho que acabé el COU, Curso de Orientación Universitaria. Por tanto, soy antigua alumna.
Fueron cuatro años intensos, amigos, profesores, directores, los internos, entonces conocí a quien hoy es mi marido; convivencias, fuera y dentro, las fiestas, la discotequilla, olimpiadas, grupo de jóvenes en la Parroquia, primeros amores.
Convivencias en Ávila, curso 1977-78
Una de mis hermanas también fue profesora y otros dos de mis hermanos son padre y madre del colegio actualmente.
Nunca lo dudé, siempre quise ser madre de este colegio, si tenía hijos. Y los tuve.
Soy una de esas madres que llevan y traen a sus hijos cuatro veces al día, que tiran de ellos para no llegar tarde, que los dejan en la puerta y corren a sus trabajos y vuelven corriendo de ellos, que colaboran en talleres, tómbolas, en la Iglesia, y hacen de todo porque todo va a repercutir en la educación de sus hijos.
Y lo soy desde el año 2001.
En el año 2003 dejé de serlo unos meses por la muerte de mi hijo Andrés. En momentos como ese, mi cole se crece y se hace inmenso, grande.

El reloj del pasillo daba las cinco de la tarde.
Mes y medio contando cada uno de los cinco latidos de ese reloj, e imaginaba a los niños saliendo buscando a sus madres; madres esperando, hablando entre ellas, echando una mirada a la puerta, pendientes de esa salida.
Yo ya no tenía a nadie a quien ir a buscar.
Y terminó mayo y se llevó la jornada de la tarde.
Alguien me preguntó: “¿Y vas a llevar a Diego al colegio?”
“Por supuesto, es lo que queríamos”, contesté automáticamente. Y en septiembre volví a ser madre del cole.
Y Diego ya está en la universidad y ya es antiguo alumno, tiene nostalgia.
Y sigo siendo madre del colegio, de Teresa.
¿Y qué tiene este colegio? Tiene a las personas que han estado y están, que lo han hecho y lo hacen como es.

Y solo puedo decir: “GRACIAS”


María José Santos Gallego
Mayo 2019

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